Desde El Viso de San Juan, un vecino ha decidido llevar su pasión por la montaña más allá de los senderos habituales. Con su iniciativa, el ‘Proyecto 7 Cimas’, Óscar Fernández combina deporte, esfuerzo y solidaridad, demostrando que los retos físicos pueden convertirse en herramientas de integración. A pesar de una discapacidad visual y física, y tras sufrir recientes problemas de salud, Óscar se prepara para coronar el techo de cada continente. En esta entrevista, nos detalla una aventura donde las cumbres simbolizan mucho más que altitud: representan la superación de los límites autoimpuestos.
Óscar, ¿por qué la montaña? ¿Cómo nace tu vinculación con este deporte y el interés por las rutas de larga distancia?
Respuesta.- La montaña siempre ha sido mi gran pasión. He practicado montañismo durante mucho tiempo y, tras mi situación personal, quería retornar a ella. Mi objetivo es probarme a mí mismo dentro de mis posibilidades, superar mis limitaciones físicas y, sobre todo, lanzar un mensaje: las limitaciones se las pone uno mismo. No debe ser un papel médico el que dicte hasta dónde puedes llegar, sino tu propia voluntad.
¿Por qué elegir un desafío tan exigente como las rutas de larga distancia?
Al final, el objetivo es completar las Siete Cimas, es decir, escalar la montaña más alta de cada uno de los siete continentes.
Mi experiencia se centra en los Pirineos españoles, en cimas de 3.000 metros. No he ido más allá de esa altura todavía, pero el proyecto está diseñado para ser progresivo. La idea original es comenzar en 2026 con el Elbrús (Rusia), que con sus más de 5.000 metros es una montaña técnicamente asequible. Sin embargo, ha surgido una oportunidad reciente: el alpinista Juan Vallejo nos ha propuesto unirnos a su equipo para ascender el Aconcagua, el Kilimanjaro y el Elbrús. Estamos evaluando si es viable médicamente, ya que tengo lesiones en cadera y rodilla, además de haber perdido el 70% del campo visual debido a una cefalea que afecta la presión ocular.
Mencionas problemas médicos importantes. ¿Cómo influye esto en tu decisión de emprender el reto ahora?
Precisamente esa pérdida de visión fue el detonante. No sé si el día de mañana podré ver estas montañas, así que quiero hacerlo ahora. Quiero demostrarle a mi hijo y a la sociedad que es posible. Puede que algunos piensen que es una locura: en los últimos seis meses he sufrido dos infartos cerebrales y el día 9 me operan del corazón para colocarme una válvula y prevenir futuros episodios. Pero sigo adelante con el proyecto.
El proyecto nace tras mi jubilación forzosa. Yo era funcionario y militar en unidades de alta montaña. Tras retirarme por discapacidad, abrí unos alojamientos rurales en Asturias con mi mujer, pero sentía que me faltaba algo. Siempre me había dedicado a la superación física y, de repente, sentí que el sistema me clasificaba y encasillaba por mi discapacidad.
Un día vi un vídeo de Javier López, un alpinista con parálisis cerebral que subió a cimas de 5.000 metros. Me impactó muchísimo. Pensé: “Si él ha podido, ¿por qué yo no?”. Tengo clavos en las piernas y secuelas de un accidente, pero estoy bajo estricto control médico de neurólogos y neumólogos. Si los médicos me dan luz verde, ¿por qué no intentarlo?
¿Sientes que el mundo laboral y social limita a las personas con discapacidad?
Totalmente. He trabajado en grandes empresas logísticas donde entras por cuota de discapacidad, pero el puesto no se adapta realmente. Te exigen la misma producción sin tener en cuenta tus limitaciones. Por eso me levanté un día y decidí volver a escalar, pero hacerlo a lo grande y rodeado de los mejores. Escribí a referentes como Alex Txikon, Mikel Zabalza, Juan Vallejo y Juanito Oiarzabal. La respuesta ha sido increíble; de hecho, estoy en conversaciones para ver si Alex Txikon quisiera acompañarme en el Everest, que sería el broche final.
Detállanos el itinerario. ¿Cuáles son las siete cimas que tienes en mente?
El orden cronológico que hemos planeado, sujeto a cambios logísticos, comenzaría con las tres primeras: el Elbrús en Europa (Rusia), seguido del Kilimanjaro en África y el Aconcagua en América del Sur.
La segunda fase incluiría el Denali en América del Norte (Alaska) y la Pirámide de Carstensz en Oceanía. Después iríamos a la Antártida para coronar el Monte Vinson y, finalmente, el objetivo último sería el Monte Everest en Asia.
Organizar una expedición de este calibre requiere muchos recursos. ¿Qué está siendo lo más difícil?
Sin duda, el tema económico. Algunas marcas como Ternua y Boreal han respondido rápido aportando material técnico o grandes descuentos, lo cual agradezco enormemente porque unas botas de alta montaña pueden costar mil euros. Alpinistas como Mikel Zabalza me han cedido trajes para el Everest. Sin embargo, el grueso de la financiación sale de nuestros ahorros familiares y del alojamiento rural.
Para que te hagas una idea, una expedición al Aconcagua cuesta unos 6.500 euros por persona, más 1.000 euros del permiso de ascensión. A eso suma seguros, logística y entrenamientos. Estamos intentando recaudar fondos mediante la venta de lotería y camisetas en eventos locales, pero necesitamos patrocinadores que quieran dar visibilidad a la discapacidad en el deporte.
¿Cómo reacciona tu entorno cercano ante esta aventura?
Mi familia es mi pilar. Mi mujer, a quien conocí en el ejército, me apoya incondicionalmente, aunque con la lógica preocupación y pidiéndome que me prepare bien. Mi suegra es más escéptica y siempre me pregunta si estoy seguro, pero en general, cuento con su respaldo. Mentalmente estoy al 100%, la ilusión supera al miedo.
Hablando de preparación, ¿Cómo te estás entrenando física y mentalmente?
Ahora en invierno iré al Pirineo oscense a entrenar con la empresa Más Pirineo para realizar ascensiones a tresmiles y recuperar la adaptación a la altura. En el día a día, camino entre 20 y 21 kilómetros con mochila y utilizo máscaras de hipoxia para simular la falta de oxígeno en altitud.
¿Sientes miedo ante la alta montaña?
El miedo es necesario; si no lo tienes, eres un imprudente. Conozco mis limitaciones y sé que la prioridad no es subir, sino volver. De nada sirve coronar el Everest si no regreso para ver a mi mujer y a mi hijo. Lo que más respeto me impone son las condiciones extremas, el frío de -40 grados y el viento. Pero confío plenamente en el equipo. Iré rodeado de los mejores profesionales y sherpas. Si ellos me dicen “Óscar, no puedes seguir”, daré media vuelta. No voy a cometer la imprudencia de intentar lo imposible.
Para cerrar, ¿Qué legado te gustaría dejar con este proyecto?
Quiero que la gente recuerde, especialmente los jóvenes y las personas con discapacidad, que hay vida más allá de las pantallas y de las etiquetas médicas. Estamos creando una asociación en El Viso para integrar a personas con discapacidad en el deporte de montaña. Me gustaría llevarles a la sierra, que conozcan el senderismo, el esquí o incluso cómo trabaja el GREIM (Grupos de Rescate Especial de Intervención en Montaña).
El mensaje es claro: la limitación te la pones tú. Hay que tener los pies en el suelo, sí, pero debemos intentar llegar lo más lejos posible.
Muchísimas gracias por tu tiempo, Óscar, y mucha suerte en la expedición.
Ha sido un placer. Gracias a vosotros.




